Va usted a recorrer uno de los parajes más hermosos de Ronda, su Tajo, que encierra mucho más de lo que se puede admirar desde arriba. Toda la zona es transitada por una red de caminos históricos que desde la antigüedad han permitido el acceso a un lugar que forma parte esencial de la defensa y la vida cotidiana de la ciudad rondeña.
Son cuatro los caminos que, en la zona que usted va a transitar, se diferencian claramente:
– Cuesta de los Molinos (de libre acceso y controlado), por donde usted ha accedido desde la plaza del Campillo, y que podríamos entender como la dorsal por donde acceder a los otros tres. La cuesta está flanqueada en sus inicios, a la izquierda por el Bastión Occidental y a la derecha, con un paño de Murallas Medievales que sostiene el espacio intramuros interior del Campillo, de sólidos redientes, y zona de cierre de todo el complejo amurallado de la meseta.
– Camino del Desfiladero de Tajo (de acceso controlado y visita guiada), que se inicia a medio camino del anterior, desviándonos a la derecha, donde se encuentra la denominada Casa de Manolillo. A partir de aquí el sendero consta de dos partes bien definidas por su singularidad: 1. El camino de la ladera occidental de la Hoya del Tajo, hasta la misma base de Puente Nuevo y 2. El paso de la Garganta del Tajo (cerrado hasta su rehabilitación), después de atravesar el monumental Puente Nuevo por su arco inferior.
– Camino o Adarve de las Murallas del Albacar (de libre acceso-controlado), si continuamos hacia abajo por la dorsal la Cuesta de los Molinos, sin desviarnos al desfiladero, llegaremos al reciento amurallado del Albacar, cuyos extremos están cerrados por dos puertas medievales andalusíes: la Puerta de los Molinos o Arco del Cristo, a la derecha, y la Puerta del Viento o de la Algarbia, a la izquierda.
– Camino de los Molinos y Acequias árabes del Tajo (cerrado hasta su rehabilitación), que tras atravesar la puerta del mismo nombre o Arco del Cristo da acceso a los antiguos Molinos Harineros del Tajo, cuanto menos de origen árabe, y a las interesantísimas acequias que los surtían de agua, primero, y regaban las huertas del valle, después.