Nuestro río, de etimología árabe, significa río profundo. Su cabecera se encuentra en la Cañada del Cuerno (Sierra de las Nieves), pero es en Manaderos y Fuente Maíllo donde gana consistencia, recibiendo su más significativo caudal.
Recibe varios nombres a lo largo de su recorrido: Desde su nacimiento hasta recibir las aguas del arroyo de la Toma, del arroyo de las Culebras y del manantial de la Mina, se le denomina río Grande. A partir de la Garganta del Tajo, recorre la hoya o caldera del Tajo, se le llama Guadalevín, y cuando deja atrás su valle y penetra en el Duende hasta llegar a la Pasada de Gibraltar, donde recibe como afluente al Guadalcobacín, cambia su nombre para llamarse río Guadiaro, manteniendo esta denominación hasta su desembocadura en el Mediterráneo.
Antes de recibir los arroyos de la Toma y de las Culebras, desde su nacimiento corre el río unos cuantos kilómetros donde van uniéndose a su caudal numerosas fuentes, torrenteras y pequeños arroyos que van aumentando su aporte hídrico. Pero al llegar justo donde se halla el Puente de las Curtidurías, se encuentra una tenaz y resistente formación rocosa que recubre los depósitos terciarios, la socava, quedando aprisionado entre las paredes verticales de calizas secundarias. Una vez penetra en la Garganta del Tajo, el ahora Guadalevín atraviesa el vertical y estrecho desfiladero, y por medio kilómetro transcurre el río encallejonado entre las verticales paredes de la angosta brecha que divide a la ciudad de Ronda en dos partes. Esta brecha que tiene cerca de ochenta metros de profundidad termina de una manera extremadamente brusca, justo después del Puente Nuevo, donde se precipita en espectaculares chorreras formando profundas pozas. Continúa el río realizando su interminable trabajo erosivo hasta que cortada toda esta formación, vuelve a penetrar en los poco resistentes depósitos terciarios, que de nuevo los desgasta, esta vez con suma facilidad; destruyendo al mismo tiempo la parte que constituye la base del conglomerado superior. Socavados gradualmente sus cimientos, se desploman grandes rocas por falta de suspensión que se pueden observar en su abrupto y accidentado lecho, dando al cauce ese sorprendente aspecto de ruinas rocosas que presenta cuando se le ve desde el valle y desde arriba.
El río salva, como decimos, esta colosal ruina de más de cien metros de elevación en una serie de bellísimas cascadas. Cuando sale de ahí, de repente se encuentra el conglomerado cortado a pico, y en lo más profundo del valle reaparece la formación terciaria, hasta que penetrando otra vez en sus blandos depósitos terciarios corre mansamente por un ancho y apacible valle cubierto de árboles frutales y huertas, que se abren en un precioso parcelario multicolor; como telón de fondo se eleva la cadena de montañas que conforman la mole del Jarastepar y las estribaciones montañosas de Grazalema, Montejaque y Benaoján.